AMOR FOU

Le cuenta Marsé a Isabel Coixet en el periódico, que le haría feliz "enamorarse locamente de un amor imposible. Pero muy locamente. Nada probable". Decir eso a los 74 años puede ser una boutade, pero puede querer decir también muchas otras cosas.
Una mujer me dijo que lo que el escritor buscaba era, como siempre, una jovencita que le pusiera. Yo no lo sé. También pudiera ser que el hombre estuviera sintiendo o presintiendo los estertores del deseo y quisiera volver a vivir, a sentir pasiones que otrora gozo y que ya es difícil que retornen.

Comprendo, por otra parte, que un escritor, un poeta, precisa del numen para muchas de sus creaciones y que una fuente de inspiración notable y constante es el enamoramiento que, como es archiconocido, es un estado de enajenación mental transitorio, con incidencia notoria en las constantes físicas y psíquicas de los individuos y, por ende, en su modo de ser y comportarse.

En todo caso y aun sin saber a ciencia cierta si el amor, a ciertas edades, perjudica seriamente la salud, el escritor catalán seguro que sabe que estar enamorado de un amor imposible es, por definición, un continuo sobresalto, un sinvivir sin salida, un padecimiento cotidiano, un tormento a cada instante... Si, es verdad, también tiene sus contrapartidas gozadas: la presencia del ser amado remueve las emociones, conmueve las entretelas, conmociona los esfinteres del alma, activa los sentidos adormilados, revive la querencia por el diálogo, anula el sentido del tiempo cuando se está con la persona amada y exacerba su percepción cuando se produce su ausencia, se ilumina el porvenir, se flota en el paraíso y el futuro se percibe halagüeño en demasía.

A cualquier edad, según los que saben de estas cosas, puede suceder el evento dichoso/penoso. Porque es esta dualidad de felicidad/melancolía la que connota el enamoramiento. Seguir como un perrillo faldero los pasos del amado/amada; buscar el contento de su visión a todas horas; embobarse con su mirada; alearse con su sonrisa; agilipollarse, literalmente, con su expresión oral, aunque el discurso fuere el mas estúpido del universo; enfatizar hasta el extremo sus virtudes y olvidarse de los defectos, cuando no transformarlos por completo; ignorar el mundo circundante en el que solo existe el o ella; encandilarse, sin sentido alguno, con cualquier cosa que haga o deje de hacer; y un conjunto de síntomas que muchos de ustedes, seguro estoy, sabrán mejor que un servidor.

En efecto, Marsé sabe delo que habla. Adivina que el tiempo que tiene por delante va siendo irremediablemente mas reducido. Y quiere sentir. Aunque sufra. Su visión pesimista del mundo quiere trastocarla por la optimista e idealizada que representa el estado mental del enamoramiento. Y quiere trastornarse con la presencia y con la ausencia de alguien. Y quiere soñar dormido. Y quiere ensoñar despierto. Y no quiere ser dueño de la gestión racional del amor, sino esclavo de la irracionalidad. Por eso quiere amores imposibles. Cuanto mas improbables resulten, mas afectado se vera su organismo, mas taquicardias, nerviosismo y sudoración padecerá y mas placidez, bienestar, risa e ilusiones gozará. 

Juan Marsé conoce esos estados. Si no fuera así nunca habría confesado esa supuesta salida de tono. Su experiencia le dice que si su hipotálamo vuelve a producir endorfinas, encefalinas y feniletilamina, es muy posible que logre ver de color rosa, siquiera por una temporadita, el mundo asqueroso que le rodea y que vuelva a experimentar la sensación de sentirse entre las nubes y con la alegría y vitalidad que el dichoso paso del tiempo le ha estado robando inexorablemente.

Que mas da que sea imposible el amor? Que mas da que sea de todo punto improbable? Lo que interesa es que sea un amor fou, perdidamente fou.